SOSTENIBILIDAD SOCIAL: LABRANDO CAMBIOS DURADEROS EN NUESTRAS COMUNIDADES EDUCATIVAS, SOCIALES Y DE SALUD

Pau Gomes, Director Área Bienestar Emocional.

En el contexto actual, donde la atención se centra en lo inmediato, con una cultura de consumo efímero y políticas que priorizan el corto sobre el largo plazo, la sostenibilidad social en los proyectos sociales, educativos y de salud adquiere una relevancia aún mayor. No se trata solamente de abordar las necesidades actuales, sino también de garantizar el bienestar y la equidad para las generaciones venideras, promoviendo así un desarrollo más justo y duradero.

La sostenibilidad social se refiere a la capacidad de mantener un equilibrio entre las necesidades sociales, como la igualdad, la justicia, la salud y la educación, y la capacidad de mantener estas condiciones a lo largo del tiempo sin comprometer el bienestar de las generaciones futuras. Implica promover la inclusión, la participación y el respeto por los derechos humanos, así como la equidad en el acceso a recursos y oportunidades. Patrick Barron y sus colegas (2023)[1] presentan un marco conceptual para la sostenibilidad social con cuatro componentes: cohesión social, inclusión, resiliencia y legitimidad del proceso, enfatizando la necesidad de acciones colectivas para un desarrollo que beneficie equitativamente a todos, fomentando comunidades y sociedades resilientes y justas. Pero, ¿cómo lo logramos?

Esopo, a través de su fábula “El labrador y sus hijos”, nos enseñó la importancia del trabajo constante y la paciencia para alcanzar resultados duraderos. Con el permiso simbólico de Esopo, he adaptado la historia cambiando al labrador por la labradora, por dos principales motivos, porque estamos en tiempos de progreso e igualdad de género y porque me hace recordar a mi abuela, para mí, un modelo a seguir.

Una labradora, ya anciana y sintiéndose cerca de su final, deseaba asegurarse de que sus hijas aprendieran el valor del trabajo duro y la perseverancia. Les llamó a todas y les dijo: “Mis queridas hijas, he trabajado toda mi vida en estos campos, y ahora que mi final se acerca, quiero revelaros el secreto de mi riqueza. En nuestro viñedo se encuentra un tesoro enterrado. Excaven y lo encontrarán. Recuerden, solo con el trabajo se revelarán las riquezas.”

Tras su muerte, las hijas de la labradora tomaron sus palabras muy en serio. Excavaron con diligencia en busca del tesoro, revolviendo cada centímetro del terreno. Aunque no encontraron ningún tesoro escondido, el viñedo fue tan bien labrado que produjo una cosecha excepcional. Con el tiempo, se dieron cuenta de que el verdadero tesoro que su madre les había legado era la lección de que el trabajo constante y la perseverancia son las verdaderas claves para alcanzar la riqueza.

La moraleja de esta fábula es que no hay atajos para el éxito duradero. El trabajo constante, cooperativo y consistente, parece algo lento y menos atractivo que otros supuestos “tesoros escondidos”, soluciones o fórmulas mágicas. Sin embargo, la constancia, la cooperación y la consistencia es en realidad el camino más seguro y confiable hacia la realización de los objetivos de sostenibilidad social. Esta fábula es un ejemplo para aquellos que perseguimos cambios sistémicos y sostenibles a través de los proyectos en el sector social, educativo y/o salud.

Para afrontar los desafíos complejos que plantea nuestra sociedad, es importante adoptar un enfoque holístico, integral y sostenible. No basta con soluciones que meramente atiendan las urgencias inmediatas, es imprescindible que dichos esfuerzos se inscriban en una estrategia de largo alcance. Además, cuando nos adentramos en proyectos educativos y sanitarios descubrimos que la perdurabilidad de los cambios deseados ofrece varios matices.

La Sostenibilidad Integral busca fomentar las relaciones entre las personas y el uso colectivo de lo que nos es común. Integra la economía, el respeto por el medio ambiente y el bienestar social, centrándose en el desarrollo de sistemas equitativos y en la promoción de la justicia social, inclusión y calidad de vida. Esto implica el mantenimiento y generación de empleo, la reducción de la pobreza y las desigualdades, la mitigación de las situaciones de exclusión social, la incorporación de perspectivas de género y otras diversidades, así como el fomento de la salud y el bienestar de las personas.

En este artículo, dejaremos para otros foros la sostenibilidad medioambiental y económica y nos centraremos en la sostenibilidad social que podemos considerar como la integralidad del bienestar comunitario, la equidad, y la resiliencia, y que se puede dar en los sectores educativos, sociales y sanitarios. En esta definición subyacen implícitamente ciertos principios claves y determinantes para el diseño, desarrollo y evaluación de los proyectos sociales, educativos y de la salud pública considerados como los tres pilares de nuestro estado del bienestar. En este artículo nos aproximaremos a responder la siguiente pregunta:

¿Cómo se pueden sostener los efectos de las intervenciones en el largo plazo y en el sistema?

Sostener significa sustentar, mantener firme algo[2]. Es importante definir de manera precisa ese “algo” para que todas aquellas partes implicadas sepamos el rumbo y el qué debemos mantener firme durante el tiempo. Para saber el qué también debemos saber el por qué y el para qué. En nuestros proyectos, es necesario una claridad en la definición de los cambios que deseamos perseguir para reducir, mitigar o solucionar una situación problemática en particular de nuestra sociedad.

Los proyectos intervienen en diferentes niveles, tanto en lo intrapersonal como en lo interpersonal y organizacional del sistema en el que formamos parte. En cada nivel, los proyectos actúan en mayor o menor medida generando cambios profundos en el sistema.

La persona

Cuando hablamos del impacto a nivel intrapersonal, es cuando las personas han adquirido conocimientos, han aplicado estrategias y acciones para su desarrollo educativo, crecimiento personal y social y de fomento de su salud. A este nivel, lograr la sostenibilidad significa que estas personas deciden seguir aplicando estas estrategias porque las consideran útiles, positivas para ellas, para su entorno y/o para su sociedad. Es por ello que los proyectos deben ser pensados considerando a las personas como titulares de derechos, como personas que tienen su voz y su poder para determinar su realidad más cercana. Huyamos de visiones proteccionistas y paternalistas: las personas con las que intervenimos no son meramente beneficiarios sujetos pasivos que reciben una ayuda, son personas activas. Cuando trabajamos con infancia y adolescencia, es clave contar con su opinión y con su participación activa en aquello que quiera abordar el proyecto. Save The Children en Finlandia[3] proponen un modelo para integrar las perspectivas de los niños en la planificación, desarrollo y evaluación de servicios, combinando principios de diseño de servicios, derechos de los niños/as y un enfoque centrado en el niño y la niña. Aquí la metodología Child-Centered Design se basa en procesos de participación activa con dinámicas y juegos en la generación de ideas para posibles soluciones en la mejora de los servicios. Ofrece un conjunto de herramientas y métodos para asegurar que los servicios sean éticamente sostenibles respondiendo a las necesidades de los niños/as, promoviendo procesos de desarrollo significativos y agradables para los/las niños/as involucrados/as.

En un mundo limitado de recursos y lleno de adversidades, las intervenciones deben ser diseñadas con un enfoque de acompañamiento, sin crear relaciones de dependencia con la misma intervención. Como profesionales no estamos para siempre, estamos de paso. En la propia metodología del acompañamiento debe estar presente el enfoque y la garantía de sostenibilidad social. Las terapeutas, las educadoras, las maestras, las profesionales de la salud acompañan durante un momento prolongado de tiempo, pero finito, aportando conocimientos, recomendaciones, estrategias y recursos para que la persona acompañada pueda prescindir al cabo de ese tiempo de la ayuda de todas estas profesionales. No es fácil ni para el que acompaña ni para el que es acompañado. Sea en un tratamiento, una terapia, un curso de formación, un proceso de aprendizaje o de cualquier índole social, siempre hay un momento que se va acabando. Hay por tanto un cambio de etapa. Por eso se recomienda optar por transiciones graduales que vayan de una mayor intensidad de la intervención a una menor, con determinación y firmeza en cada pequeño paso que se da en el cambio de fase. Es clave que esta transición se haga con las mayores garantías para que se dé la sostenibilidad de aquello aprendido y cambiado durante el proceso de acompañamiento. Es importante preparar esta transición desde el principio de la intervención, con una planificación compartida, con un chequeo frecuente de las expectativas, considerando las necesidades de cada momento y con una comunicación clara de la información necesaria, y con las herramientas y recursos disponibles para cada fase.

La comunidad

Las personas formamos parte de comunidades en las que por nuestros comportamientos y nuestras interacciones influimos directamente en el desarrollo como comunidad. En la esfera interpersonal, más comunitaria, los proyectos sean sociales, educativos o sanitarios influyen e inciden en todas aquellas relaciones y lazos entre las personas. Si la esfera intrapersonal ya es un ámbito complejo por la gran diversidad de personalidades, sentimientos, creencias, esquemas mentales y percepciones de las personas, el ámbito de las relaciones entre personas es más complejo si cabe. En estas conexiones es donde radican las mayores claves para la sostenibilidad social, para que perduren los efectos de nuestras intervenciones a lo largo del tiempo.

Una comunidad se forma a partir de un conjunto de redes de relaciones que interactúan entre sí, compartiendo normas y valores comunes. Estas normas y valores permiten la creación de un grupo de apoyo y conexión. En esencia, una comunidad es un grupo activo y movilizado, cuyos miembros colaboran y actúan conjuntamente. Podemos inspirarnos en la pedagogía social comunitaria, un enfoque social y educativo cuyo objetivo principal es mejorar la calidad de vida y el bienestar de las personas, además de promover la cohesión social. Para alcanzar estos objetivos, es esencial empoderar a los individuos y fomentar su participación activa, lo que requiere una ciudadanía comprometida socialmente.

Para la sostenibilidad social, a nivel de las comunidades, son prometedores los aprendizajes y reflexiones que nos comparte Sascha Haselmayer (2023)[4] a través de su enfoque alternativo denominado “The Slow Lane” (El carril lento). Nos lo traslada en cinco principios que enfocan la transformación de la manera en la que abordamos el cambio social.

El primero es contener la urgencia. Haselmayer sugiere resistir la presión de actuar precipitadamente en situaciones de alta urgencia. Subraya la importancia de no sacrificar la inclusión y la participación por la prisa de obtener resultados inmediatos. En su lugar, aboga por tomar el tiempo necesario para asegurar que las soluciones consideren a todos los afectados, reconociendo que acelerar las cosas no necesariamente nos llevará más rápido a nuestro destino deseado.

El segundo es escuchar. Hace hincapié en la importancia de escuchar con humildad y reconocer las limitaciones de nuestra propia capacidad de escuchar. Este principio valora el tratar a los demás como contribuyentes iguales y es fundamental para construir la confianza necesaria para cambiar corazones y mentes. La autenticidad en la escucha permite que emerjan nuevas soluciones y mantiene a las personas comprometidas a largo plazo.

Compartir la agencia sin imponer soluciones es el tercero. Anima a crear entornos donde incluso las personas menos preparadas se sientan cómodas y capaces de contribuir y ejercer su poder. Este principio rechaza la imposición de respuestas y se centra en empoderar a todos, practicando la paciencia y cuidando para que la invitación a participar encuentre a las personas donde están y permanezca abierta para todos en todo momento. Más adelante en este artículo, será interesante conectarlo con el trabajo de Whitehead que también ha analizado el rol de participación activa de las comunidades en los proyectos con base comunitaria.

El cuarto es fomentar la curiosidad. Este principio se opone a la fijación en una única respuesta. La curiosidad hace que el proceso sea más inclusivo y permite que surjan visiones transformadoras. Motiva a desaprender preconceptos y estar abierto a nuevas ideas, buscando inspiración más allá de nuestra realidad inmediata. La curiosidad también facilita la flexibilidad necesaria para encontrar terreno común.

El quinto y último es usar la tecnología como un habilitador. Este principio aboga contra el uso de la tecnología para dominar a otros y sugiere desarrollar valores humanos fuertes, principios y comportamientos que la tecnología pueda habilitar. En esta visión, la tecnología es propiedad de todos y se utilizan maneras creativas nuevas para facilitar lo mejor de las relaciones humanas.

Los conocimientos, recomendaciones, estrategias y recursos que proporcionan los proyectos van a cambiar esquemas mentales de cada individuo que a la vez van a cambiar conversaciones, dinámicas, actividades que se dan entre las personas, dentro de la comunidad. Tanto en proyectos educativos, sociales como en la salud, es clave que estén basados en la comunidad. Cuando hablamos de comunidad es importante explicitar a qué nos estamos refiriendo. Es decir, ¿es un espacio geográfico?, ¿un grupo de personas en un sentido más relacional?, ¿qué personas?, ¿una entidad o un grupo de entidades u organizaciones sociales, educativas, sanitarias? Es clave encontrar identificar el compromiso de ese grupo de personas hacia esa misma comunidad.

En términos de Seguimiento, Evaluación y Aprendizaje (SEA), Hawe (1994)[5] explica cómo las evaluaciones de las intervenciones de promoción de la salud comunitaria pueden subestimar los beneficios de una intervención si solo se informan cambios en el comportamiento o la actitud de salud a nivel individual, sin capturar las mejoras en la capacidad de resolución de problemas de una comunidad y su competencia para abordar los problemas que enfrenta. El empoderamiento puede ser considerado una variable de resultado en intervenciones comunitarias si la construcción de capacidades es una actividad principal de una intervención. Se deben utilizar estrategias activas e interactivas para articular qué significa realmente el empoderamiento y desafiar qué significa realmente el éxito de una intervención en diálogos interactivos con los trabajadores del programa y la comunidad. Para los que intervenimos en proyectos sociales, educativos y de salud, cada vez estamos pasando de considerar la comunidad como un esquema meramente de refuerzo, al concepto de comunidad como una organización que tiene la capacidad de trabajar hacia soluciones a sus propios problemas identificados en comunidad. Hawe subraya la importancia de no diseñar la evaluación en aislamiento, sino de trabajar activamente con los trabajadores del programa y producir el diseño de la evaluación de manera interactiva. Esto revela el verdadero valor que el programa otorga al rol de comunidad y, a veces, incluso para los propios trabajadores del programa. Este enfoque desafía las evaluaciones basadas únicamente en el comportamiento y aboga por una apreciación más rica y multifacética del éxito de las intervenciones comunitarias.

Los aspectos fundamentales de una intervención comunitaria abarcan estrategias como la movilización de las personas, iniciativas de autoayuda y apoyo mutuo, la actuación en entornos variados como el trabajo, las escuelas, centros sanitarios, además de políticas e iniciativas a nivel normativo y legal que promuevan o limiten ciertas prácticas. Asimismo, esta aproximación implica la participación de líderes comunitarios, redes de apoyo social y todo tipo de agrupaciones de personas en comunidad [6] [7] [8].

Whitehead (2002) distingue hasta siete variedades de proyectos con base comunitarias[9], a partir del rol de participación activa de las comunidades y agentes externos. Cada enfoque cuenta con criterios propios para evaluar el éxito o fracaso. Cabe mencionar que aquellos programas implementados con participación equilibrada y equitativa entre la comunidad y agentes externos es la más deseable para lograr la sostenibilidad social, porque equilibra las fortalezas de todas las partes.

Por tanto, es importante mencionar la participación activa de las personas y de la comunidad y la necesidad de procesos de participación comunitario, con espacios de lugar y tiempo para reflexionar, consensuar y alinear a los agentes en un rumbo común. Esto requiere de trabajo constante, cooperativo y consistente tal y como nos recuerda la fábula inicial de Esopo.

La efectividad de las alianzas

La salud comunitaria, mediante su enfoque colaborativo y sostenible, moviliza recursos y establece alianzas entre varios sectores como la salud, la educación y los servicios sociales. Este enfoque intersectorial es fundamental porque puede abordar los determinantes sociales de la salud. Basándose en la literatura publicada y en experiencias de buenas prácticas, Gillies (1998)[10] ha evaluado la efectividad de las alianzas o asociaciones para la promoción de la salud en diferentes contextos. La implicación activa de la comunidad en el establecimiento de agendas para la acción y en la práctica de la promoción de la salud aumenta significativamente el impacto de estas iniciativas. Las actividades voluntarias, los proyectos sociales de ayuda entre iguales, y las actividades cívicas maximizan los beneficios de los enfoques comunitarios. La creación de estructuras duraderas que faciliten la planificación y la toma de decisiones, como comisiones, mesas de trabajo, comités y consejos interdepartamentales, son claves para el éxito de alianzas o asociaciones para la promoción de la salud. Estas estructuras también apoyan la distribución del poder, la responsabilidad, y la autoridad para el cambio, manteniendo el orden y la relevancia programática. La existencia e implementación de políticas para actividades de promoción de la salud a nivel nacional, regional y local es crucial para la sostenibilidad de estas iniciativas. Gillies propone el capital social como un marco importante para organizar nuestro pensamiento sobre los determinantes más amplios de la salud y cómo influir en ellos a través de enfoques basados en la comunidad para reducir las desigualdades en la salud y el bienestar.

Sin duda alguna, las colaboraciones y las alianzas entre entidades sean públicas, privadas, y/o del tercer sector funcionan si se hacen de forma adecuada. Estas alianzas forman parte del camino para lograr cambios que sean sostenibles a largo plazo y que tengan el potencial de cambiar el sistema.

Tanto en las alianzas como en aquellas estructuras duraderas, es fundamental establecer claramente las expectativas y objetivos entre todos los participantes. De este modo se orientará a la comunidad hacia la asunción proactiva de su papel en el proyecto, fortaleciendo así su empoderamiento. Una comunicación efectiva y una unificación de cuál va a ser la gobernanza y las responsabilidades fomentará el compromiso, tanto individual como colectivo, que se desea desarrollar durante y después del proyecto. La omisión de esta etapa inicial podría obligar a reconsiderar la viabilidad del proyecto. Este paso es clave para asegurar la sostenibilidad a largo plazo del proyecto.

Empoderamiento

Lo apuntábamos anteriormente con el análisis de Hawe, el empoderamiento juega un rol clave para la sostenibilidad de los proyectos sociales, educativos y de la salud. Este concepto se define como el proceso mediante el cual individuos, grupos o comunidades adquieren control sobre sus circunstancias para alcanzar sus objetivos y mejorar su calidad de vida, tal y como la describen varios autores[11] [12]. El empoderamiento depende de la capacidad de cambiar el poder y expandirlo, a menudo a través de la adquisición de conocimientos, habilidades y recursos. Implica permitir que las personas desarrollen un dominio sobre acciones y el control sobre decisiones que influyen en sus vidas, tanto a través de los procesos como de los resultados de este desarrollo. El empoderamiento se puede entender en varios contextos, como el empoderamiento psicológico, el empoderamiento del paciente y el empoderamiento de las mujeres, cada uno con sus dimensiones e implicaciones específicas[13] [14]. Es un concepto multidimensional que puede ser influenciado por factores como los recursos, la agencia, los logros y el contexto político en el que se aplica.

Christens (2012)[15] argumenta que el empoderamiento es un resultado deseable para los proyectos de desarrollo comunitario, ya que se asocia con mayores niveles de participación comunitaria y tiene efectos protectores para la salud mental. Christens propone varias prácticas y procesos organizacionales y comunitarios para lograr el empoderamiento.

Los entornos comunitarios empoderadores que permiten a las personas desempeñar roles significativos, ofrecen soporte social, acceso a redes sociales en diferentes organizaciones y promueven la acción comunitaria. Estos entornos contribuyen al desarrollo psicológico individual, al desarrollo comunitario y al cambio social positivo.

Desafortunadamente, hay entornos donde hay personas o grupos en una posición de menor importancia o con menos poder, es decir son ignorados o relegados al margen del debate social. Christens discute cómo esta marginalización y la salud mental están interconectadas, sugiriendo que el empoderamiento puede jugar un papel crítico en la mejora de la salud mental a través de la reducción de la desigualdad y el mejoramiento del contexto comunitario. Es por eso que el empoderamiento debe ser tratado con un enfoque transaccional para el desarrollo comunitario que implica la interacción entre individuos y sus contextos. Esto significa que el empoderamiento psicológico y el comunitario son mutuamente dependientes y deben ser considerados en conjunto para lograr un impacto efectivo.

Christens aboga por incluir el empoderamiento como un resultado objetivo en el diseño, implementación y evaluación de proyectos de desarrollo comunitario. Sugiere que esto puede contribuir a la sostenibilidad programática y promover resultados de salud mental positivos.

Nikkah y Redzuan (2009)[16] examinan la relación entre la participación en el desarrollo comunitario y el empoderamiento, con el objetivo final de mejorar la calidad de vida de las comunidades a través del empoderamiento. Sin embargo, señalan que es esencial diferenciar entre tipos de participación para lograr este objetivo. Nikkhah y Redzuan distinguen entre participación como un medio y participación como un fin. La participación como un medio utiliza los recursos de la gente para alcanzar objetivos predeterminados, mientras que la participación como un fin implica un proceso en el que las personas se involucran directamente y toman control de las decisiones que afectan sus vidas. Ambos autores argumentan que la participación como un fin es la que lleva al empoderamiento.

Los autores examinan tres enfoques principales: de arriba hacia abajo (top-down), de abajo hacia arriba (bottom-up), y el enfoque de asociación (partnership). Ambos concluyen que el enfoque de abajo hacia arriba, donde la comunidad inicia y gestiona el desarrollo, es el más efectivo para lograr empoderamiento y desarrollo sostenible a largo plazo.

Diseño de los proyectos para la sostenibilidad

Para el diseño de proyectos sostenibles con una visión a largo plazo, resulta esencial reconocer a las comunidades como portadoras de derechos fundamentales. Integrar un profundo entendimiento de los derechos humanos en proyectos de ámbitos sociales, educativos o de salud es clave para potenciar el empoderamiento de las personas y sus comunidades. Esto fomenta la protección y promoción de la salud, el bienestar y la inclusión social de las personas.

En el contexto de proyectos con visión a largo plazo, el aprendizaje y la participación colectiva son esenciales para garantizar el éxito y la sostenibilidad del proyecto. La creación de comunidades de práctica dentro de estos proyectos puede contribuir a la innovación y la sostenibilidad social, ya que permiten a los miembros compartir conocimientos, experiencias y perspectivas, lo que puede llevar a la generación de ideas y soluciones creativas.[17] Las tres características predominantes que pueden distinguirse en una comunidad de práctica se relacionan con la identidad, los vínculos y el quehacer del grupo[18] [19] [20].

Para asegurar la efectividad y la durabilidad de proyectos educativos, sociales y sanitarios, es necesario implementar una estrategia multinivel que englobe a la organización y a la comunidad en la que se interviene. Esto incluye la integración de todos los liderazgos, tanto formales como informales, dentro de dicha comunidad. Es imprescindible asignar espacios y desarrollar diversas acciones para promover la participación activa de todos los niveles organizativos, así como fomentar una mayor conciencia dentro de la misma. Este enfoque integrador y multidimensional es clave para lograr un compromiso sólido que sustente la sostenibilidad a largo plazo del proyecto.

Para asegurar la sostenibilidad del proyecto, es imprescindible implementar sistemas de Seguimiento, Evaluación y Aprendizaje (SEA). Resulta fundamental extraer lecciones continuamente de los logros y dificultades del proyecto, lo cual es vital para su desarrollo y crecimiento. Este proceso se puede facilitar mediante una constante reflexión, retroalimentación y evaluaciones participativas que involucren activamente a los diferentes agentes.

Más allá de la organización o comunidad donde se actúa, tejer vínculos y alianzas con otras entidades, instituciones o expertos de referencia potenciará tanto el impacto como la perdurabilidad del proyecto. Esto se puede conseguir mediante colaboraciones puntuales, proyectos compartidos, programas de intercambio de conocimientos y prácticas exitosas. Crear estas alianzas reforzará el cambio a largo plazo en el ecosistema donde intervenimos, así como el cambio sistémico más amplio que buscamos.

Volviendo al marco conceptual propuesto por Barron et al. (2023)[21], destacan la cohesión social, la inclusión, la resiliencia y la legitimidad en los procesos como componentes para la sostenibilidad social. La existencia de un propósito común, confianza y una actitud colaborativa dentro de las comunidades y también entre diferentes comunidades y las administraciones públicas, permitirá la cohesión social. Para lograr la sostenibilidad social se debe garantizar que todas las personas sean incluidas, primero que tengan acceso a los servicios que respondan a las necesidades básicas, y después que tengan la oportunidad de participar activamente en la sociedad. La resiliencia de la comunidad asegura que todas las personas, especialmente aquellas en situaciones de vulnerabilidad, estén protegidas y sean capaces de soportar y superar las adversidades, manteniendo y respetando su identidad cultural. La legitimidad en los procesos se concentra en la manera en que se deciden e implementan las decisiones públicas, asegurando que las partes implicadas consideren estas decisiones como justas y válidas. La legitimidad en los procesos se fundamentará en la credibilidad de los tomadores de decisiones, la consistencia con las reglas acordadas y con los valores sociales, los beneficios percibidos, la participación y la transparencia.

Planet Youth[22], originado en Islandia, es un ejemplo de cómo una intervención bien fundamentada y comunitariamente integrada puede tener un efecto profundo en la salud pública y el bienestar de los jóvenes. Es una iniciativa destacada por su enfoque preventivo y comunitario frente al consumo de sustancias en adolescentes. Desarrollado desde el Modelo de Prevención de Islandia, se basa en una metodología participativa y en evidencia científica, con más de dos décadas de resultados probados en la reducción del consumo de sustancias. La efectividad de Planet Youth se cimenta en varios principios y pasos clave que incluyen la participación activa de toda la comunidad: familias, escuelas, grupos de pares y actividades extraescolares. La iniciativa promueve un enfoque integral que no solo atiende a los jóvenes, sino también al entorno que los rodea, trabajando para fortalecer los factores de protección y mitigar los factores de riesgo asociados al consumo de sustancias. Este enfoque es flexible y adaptable, permitiendo su implementación en diversas comunidades más allá de Islandia. Su metodología basada en la evidencia y su enfoque en la participación comunitaria lo convierten en un modelo replicable y efectivo. Además, sirve como una fuente de inspiración, demostrando que es posible lograr cambios sistémicos.

El programa The Peaceful Schools[23] descrito en el artículo Twemlow, Fonagy y Sacco (2005)[24] enfoca a crear un entorno escolar más pacífico y productivo mediante la mentalización. Este enfoque implica a toda la comunidad escolar, es decir centrándose en las relaciones dentro del sistema social escolar, en lugar de en individuos aislados. Esta intervención incluyó campañas de clima positivo, gestión del aula enfocada a la solución de problemas en lugar de sancionar, mediación, mentorías entre pares y docentes, un programa de educación física y tiempos de reflexión para discutir las dinámicas de poder y mentalización en el aula. Estos programas han sido implementados durante 25 años y han contribuido a dar a los estudiantes las herramientas necesarias para enfrentar los desafíos de la vida y la comunidad.

La Fundación Nous Cims está construyendo sus programas para lograr la sostenibilidad social de los efectos directos de sus intervenciones como del empoderamiento a las comunidades donde están trabajando. Komtü[25] utiliza la metodología de práctica reflexiva como elemento para al empoderamiento de las personas. Un proceso por el cual la persona se implica en un pensamiento crítico sobre sus experiencias y en el que extrae unos aprendizajes de sus prácticas. A través de esta metodología, le damos la oportunidad a la persona docente para que adopte la mirada del bienestar emocional para con sus alumnos y para sí misma. Siguiendo el enfoque comunitario, vemos como tanto el Komtü como Domum[26], otro programa para el paciente oncológico, trabajan para crear estructuras de personas de la comunidad con el propósito de perdurar y sostener las dinámicas relacionales que permiten que la comunidad siga con su misión de fomentar el bienestar emocional. Koa[27] también trabaja para la capacitación de las educadoras que están acompañando los adolescentes, aportando herramientas que la propia educadora podrá utilizar con los adolescentes y personas que acompañe en todo su recorrido personal. El uso de una metodología empoderadora como parte de la intervención, la capacitación y desarrollo de profesionales, la formación de formadores, el acompañamiento a las personas son las estrategias elegidas por los programas de Nous Cims, contribuyendo a incorporar la mirada del bienestar emocional en los sectores social, educativo y sanitario.

Desafíos del contexto y posibles riesgos

También surgen desafíos que meritan también tener nuestra atención para lograr la sostenibilidad social. Los proyectos como los citados anteriormente plantean riesgos derivados tanto de factores internos como externos, influenciados por cambios políticos, sociales, económicos y tecnológicos. Externamente, aspectos como las fluctuaciones económicas y las modificaciones en las políticas gubernamentales pueden incidir directamente en la financiación y el respaldo a iniciativas en estos sectores. Las desigualdades socioeconómicas existentes en la sociedad juegan un papel relevante, afectando en diversos grados el éxito y los cambios que el proyecto busca implementar. Es esencial tener en cuenta las políticas públicas y las normativas legales, pues proporcionan una base sólida que sustenta los proyectos. Los cambios en estas regulaciones son aspectos a los cuales los proyectos deben adaptarse para asegurar su continuidad y eficacia.

La dependencia de una única fuente de financiación o recursos limitados pueden hacer que un proyecto sea vulnerable a cambios en la disponibilidad de esos fondos. Por ejemplo, un proyecto social financiado únicamente por una subvención gubernamental puede enfrentarse a dificultades si el gobierno decide recortar el presupuesto para ese tipo de iniciativas. Se recomienda diversificar el origen de los fondos de financiación.

Se observa con mayor medida según el sector una constante rotación y movimientos en los equipos de trabajo. La pérdida o cambio frecuente de miembros clave del equipo puede afectar la continuidad y la eficacia del proyecto. Por ejemplo, un proyecto educativo pierde a su coordinadora principal, lo que lleva a una interrupción en la implementación del currículo planificado. Los proyectos deberían considerar la inclusión de múltiples personas en roles de liderazgo, evitando concentrar el liderazgo formal en una sola persona. Además, es crucial implementar programas de formación continua que faciliten la transferencia de conocimientos y aprendizajes. La implementación de programas orientados a la fidelización y el desarrollo profesional del personal es esencial para minimizar la rotación de empleados en los equipos. Las condiciones laborales, que pueden ser precarias en ciertos sectores, también juegan un papel significativo en la alta tasa de rotación.

Con el tiempo, el entusiasmo y compromiso inicial de los agentes de la comunidad puede disminuir, afectando el progreso y los resultados del proyecto. Aquí es importante establecer mecanismos de feedback y participación activa de la comunidad en la toma de decisiones, además de preservar espacios para el reconocimiento y la celebración de los logros para mantener la motivación y el compromiso iniciales.

La sobreestimación de la capacidad de la comunidad para sostener el proyecto sin apoyo externo puede llevar a su fracaso una vez que ese apoyo se retira. Por ejemplo, una iniciativa de salud comunitaria que no logra arraigarse en las prácticas diarias de la población y termina siendo insostenible por sí misma. Es por ello que la confianza en los propios recursos y capacidades de la comunidad necesitan ser contempladas desde el inicio del proyecto. Es clave realizar supervisiones y evaluaciones periódicas de las capacidades comunitarias para ajustar el apoyo según sea necesario. Es importante que las retiradas de los apoyos sean de manera gradual y respetando los procesos de empoderamiento como hemos visto anteriormente. Así minimizaremos el efecto “caída” que sucede cuando disminuyen los efectos de una intervención con el tiempo. La caída es importante considerarla al evaluar el impacto a largo plazo de una intervención. No podemos asumir que los impactos se mantendrán por sí mismos y por sí solos a lo largo del tiempo; en cambio, el enfoque debe estar en empoderar, preparar y capacitar a los involucrados para que asuman la responsabilidad de los efectos e impactos resultantes de nuestras y sus intervenciones.

En un taller interdisciplinario descrito por Kubzansky et al. (2023), se estudió el potencial de las intervenciones de bienestar psicológico para mejorar la salud poblacional, al tiempo que señaló la necesidad de investigaciones futuras para abordar los desafíos en cuanto a la durabilidad, escalabilidad y efectividad de estas intervenciones en diversas poblaciones[28]. Es importante considerar los tamaños de efecto en las intervenciones de bienestar psicológico, cuestionando si los efectos observados son suficientemente grandes para influir en la salud y el comportamiento a largo plazo. La heterogeneidad de los resultados y la necesidad de entender mejor dónde y con quién funcionan estas intervenciones, sugiere que incluso efectos pequeños pueden ser valiosos si las intervenciones son fáciles de implementar a gran escala. Se puede asegurar que los efectos de las intervenciones de bienestar sean sostenidos a lo largo del tiempo, a través de la formación de hábitos o cambios en la percepción y el procesamiento cognitivo. También es importante desarrollar intervenciones que puedan ser escalables, fácilmente distribuidas y adoptadas por la población, considerando el uso de tecnologías digitales y otros medios para facilitar su implementación a gran escala. Una vez más como los autores ya citados, Kubzansky et al. recomiendan adaptar y contextualizar las intervenciones para diferentes poblaciones y contextos, reconociendo que la efectividad de las intervenciones puede variar significativamente entre grupos demográficos y culturales, y sugieren la realización de investigaciones adicionales para optimizar las intervenciones para grupos minoritarios y desatendidos.

Y dando fin a este artículo, acabaremos tal y como hemos empezado, con otra fábula de Esopo complementaria. Se trata de la fábula del haz de varas, nuevamente adaptada.

Una mujer anciana estaba preocupada porque sus hijas se peleaban constantemente entre sí, y temía que su discordia los llevaría a la ruina. Buscando enseñarles el valor de la unidad, la mujer ideó un plan. Llamó a sus hijas y les presentó un haz de varas, atadas fuertemente juntas, y les pidió que trataran de romperlo.

Una por una, cada hija intentó romper el haz de varas. Utilizaron toda su fuerza, tratando diferentes métodos, pero ninguna pudo doblar ni quebrar el haz. Frustradas y confundidas, finalmente se dieron por vencidas y le devolvieron el haz de varas a su madre.

Entonces, la madre desató el haz y separó las varas, entregando a cada hija una vara individual. “Ahora, rompe la tuya”, les dijo. Sin esfuerzo, cada hija rompió su vara individual. La madre aprovechó este momento para enseñarles una valiosa lección: “Mis hijas, si permanecen juntas y unidas como el haz de varas, serán invencibles. Pero si se dividen y se enfrentan solas a los desafíos, serán tan fáciles de romper como estas varas individuales.”

La moraleja de esta fábula es clara: la unión hace la fuerza. A través de la cooperación y la unidad, se pueden superar obstáculos que parecerían insuperables para un individuo actuando solo. Para lograr la sostenibilidad social de nuestros proyectos en nuestras comunidades educativas, sociales y de la salud, requiere de trabajo constante y de cooperación. Tal y como dice la moraleja de esta fábula, que coincide con la divisa del escudo de un gran pequeño país del pirineo: La unión hace la fuerza o La virtud unida es más fuerte.

 

[1] Barron, P., Cord, L., Cuesta, J., Espinoza, S. A., Larson, G., & Woolcock, M. (2023). What is Social Sustainability?.

[2] Real Academia Española: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.7 en línea]. < https://dle.rae.es/sostener> [jueves, 28 de marzo de 2024].

[3] Kalliomeri, R., Mettinen, K., Ohlsson, A.-M., Soini, S., & Tulensalo, H. (2020). Child-centered design. Save the Children Finland.

[4] Haselmayer, S. (2023). The Slow Lane: Movements for Social Progress. Leader to Leader, (Summer 2023), 32-37.

[5] Hawe, P. (1994). Capturing the meaning of ‘community’in community intervention evaluation: some contributions from community psychology. Health Promotion International9(3), 199-210.

[6] McLeroy, K. R., Norton, B. L., Kegler, M. C., Burdine, J. N., & Sumaya, C. V. (2003). Community-based interventions. American journal of public health93(4), 529-533.

[7] Merzel, C., & D’Afflitti, J. (2003). Reconsidering community-based health promotion: promise, performance, and potential. American journal of public health93(4), 557-574.

[8] Marínez, G. J. S., Cortés, C. F. B., Lozano, J. C. V., & Piñeros, F. S. (2018). Efectividad de las intervenciones de base comunitaria para la prevención de los actos suicidas. Una revisión sistemática. Revista Entornos31(1), 197-210.

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