UNA MIRADA FEMINISTA, LA MUJER EN EL MUNDO LABORAL

Sara Polo, gestión de servicios centrales y administración, y Alba Berenguer, técnica en gestión de personas y desarrollo de talento. 

Seguramente, si te pregunto si crees que actualmente, hombres y mujeres, tenemos las mismas condiciones y oportunidades laborales, responderás con un tímido ¿Sí?

Históricamente, el hombre y la mujer no han disfrutado de los mismos derechos. Mientras los hombres han sido considerados el sexo fuerte y han disfrutado de privilegios, las mujeres han sido tradicionalmente vistas como débiles, menos competentes e incluso menos inteligentes.

Esta superioridad masculina ha permitido que los hombres hayan tenido el control de las decisiones políticas, sociales y culturales, así como el liderazgo del mundo laboral durante muchos siglos. Mientras tanto, las mujeres han sido relegadas a tareas reproductoras, de cura y domésticas, consideradas de menor valor y no remuneradas.

Esta desigualdad de género ha sido aceptada como “normal” durante mucho tiempo.

Si nos situamos en el contexto histórico a partir del siglo XVIII, el Siglo de las Luces, con la Ilustración y la Revolución Francesa supuso un punto de inflexión en la toma de conciencia colectiva sobre la igualdad de todos los ciudadanos. Esto dio origen al movimiento feminista.

Una de las primeras transformaciones importantes fue la revolución industrial que nació en el Reino Unido alrededor del 1760, hasta finales del siglo XIX y se extendió por Europa y Estados Unidos. Fue en este último donde se originó el Sufragismo a finales de la década del 1840 que promovía no solo el derecho a voto, sino también una educación igualitaria entre hombres y mujeres y el derecho recibir el mismo salario que los hombres por el mismo trabajo. El derecho al voto fue clave en el reconocimiento de la mujer dentro de la sociedad y representó un avance significativo en la reducción de la desigualdad.

Al mismo tiempo que la demanda del mercado superaba la capacidad de los hombres, las mujeres tuvieron la oportunidad de incorporarse al mercado laboral. Desgraciadamente, lo hicieron en condiciones segregadas y con retribuciones inferiores a las de los hombres, manteniendo al mismo tiempo sus responsabilidades como cuidadoras del hogar. Por ejemplo, en el Reino Unido, las mujeres percibían un salario uno o dos tercios inferiores a los hombres, dependiendo de la localidad y sector de producción, en la agricultura eran un 50% y en la enseñanza entre un 45 y un 65%, según el artículo “Desigualdades de género en el mercado de Trabajo”, del bloque Genero y economía.
Aun así, estos acontecimientos marcaron un punto de partida importante para la progresiva inserción de las mujeres en el mundo laboral, a pesar de que todavía quedaría un largo camino para recorrer hasta conseguir la igualdad real en este ámbito.
Por ejemplo, de acuerdo con el Museo Nacional de la Ciencia y la Técnica de Cataluña, en el artículo “Los oficios de la Mujer en el mundo industrial”, durante la industrialización en Cataluña y al resto de España, las mujeres no tan solo percibían un salario inferior al de los hombres, sino que también ejercían tareas manuales más peligrosas, incrementando así el riesgo de accidentes laborales.

Algunas de las tareas en las cuales las mujeres especializaban eran, por ejemplo, las taperas, cuando se mecanizó el proceso de producción, ya no se necesitaba mano de obra especializada y se empezó a contratar mujeres que recibían un salario inferior. Otro ejemplo de oficio era lo de las cigarreras, las cuales cobraban por cada unidad producida, permitiéndolos tener flexibilidad para realizar las tareas del hogar. En el sector ferroviario, las mujeres trabajaban como guardesas o guardabarreras, realizando tareas como controlar los pasos a nivel, vigilar el tráfico de trenes, mantener limpios los contracarriles y gestionar los pasos. Estos trabajos eran de los pocos permitidos para las mujeres en un sector dominado por hombres. Las mujeres en este sector eran contratadas de forma marginal, a menudo siendo familiares de trabajadores que habían muerto o quedado incapacitados, ofreciéndoles así una oportunidad para salir de la pobreza.
En cambio, en la industria textil, las mujeres tuvieron un papel de mayor relevancia. Las tareas femeninas se centraban en la textura y la hilatura. Algunos de los trabajos más habituales que ejercían eran los de cosedora, cañonera, mechera, anudadora y urdidora, más otros específicos en función del tipo de fibra utilizada en la fábrica.

Siguiendo con la cronología histórica, el segundo gran hito es en la Primera, y especialmente en la Segunda Guerra Mundial, donde las mujeres asumieron las tareas hasta entonces reservadas a los hombres a causa de la escasez de mano de obra masculina por el reclutamiento militar. A partir de los años cincuenta, las mujeres europeas empezaron a adquirir derechos laborales, pero fue en las últimas décadas del siglo XX, cuando se vio un importante cambio en su participación al mundo laboral. A pesar de esto, todavía hay desigualdades significativas.
En el caso del Estado Español, los hitos se lograron en un contexto político diferente. Durante la Segunda República del 1931, las mujeres obtuvieron derechos laborales y el derecho a votar. Sin embargo, durante el Bienio Negro de la segunda República, estas medidas se pararon. Después de la Guerra Civil y el ascenso del General Franco al poder, las políticas de igualdad se suprimieron y las mujeres perdieron muchos derechos. Como se explica en el artículo “La Igualdad, Asignatura Pendiente” del Mundo, se restableció el Código Civil del 1889, con el cual, entre otros, las mujeres casadas necesitaban el permiso de su marido para tener pasaporte, abrir una cuenta bancaria, administrar bienes y trabajar, siendo el marido quien recibía el salario (Ley Fuero del Trabajo). Esta licencia no se abolió hasta el 1975, poco antes de la muerte del dictador.
Como explica National Geographic en su artículo de “Los avances en la igualdad de la mujer en España desde 1975”, fue este último hecho, el que propició un cambio en la desigualdad entre hombres y mujeres, primero en 1976, fue aprobada la Ley de Reforma Laboral, que incluía mejoras por la conciliación de la maternidad y del trabajo.

Y finalmente, la nueva Constitución de 1978, comportó una nueva perspectiva al mercado laboral femenino, puesto que a finales de los años setenta, la tasa de actividad de las mujeres españolas era de un 22%, cifra que aumentó al 33% en 1984, y siendo en 2023 un 54%.

Es crucial reconocer las desigualdades históricas entre hombres y mujeres en el mundo laboral y los esfuerzos realizados para conseguir la igualdad de oportunidades. A pesar de que en la actualidad las diferencias de género parecen disminuir, los datos todavía revelan la presencia de desigualdades en el mercado laboral.

Como principales desigualdades de género en el mundo laboral en el siglo XXI, destacamos la brecha salarial, con las mujeres percibiendo una media mundial un 16% menos que los hombres según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Así mismo, el fenómeno del techo de cristal es una realidad preocupante, puesto que las mujeres solo ocupan el 28% de las posiciones de dirección y alta dirección dentro de las organizaciones, según el Instituto Internacional de Estudios Laborales (IILS). Por otro lado, la brecha de participación laboral también es notoria, con las mujeres registrando una tasa de participación laboral del 63,5% en comparación con el 78,7% de los hombres según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en 2021.

Sin embargo, para abordar las discrepancias en el mundo laboral, es esencial analizar la tendencia entre los géneros en la elección de estudios y profesión. Los datos estadísticos del Ministerio de Educación y Formación Profesional y varias investigaciones nacionales e internacionales demuestran que las mujeres tienden a optar por estudios relacionados con la educación, la salud y el bienestar, mientras que los hombres prefieren las carreras y ciclos formativos científico-tecnológicos e industriales. Por ejemplo, solo el 11% de las chicas universitarias en España se han titulado en carreras STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, en las siglas en inglés), ante el 36% de los hombres, según afirma el estudio “La empleabilidad de las mujeres en la transición energética justa en España” (2023), elaborado por la Fundación Naturgy.
Estas diferencias entre los estudios que eligen hombres y mujeres también se presentan en la Formación Profesional. Por ejemplo, ellas son clara mayoría en familias como Imagen Personal (79,6% en la FP Básica, 87,2% en la FP de Grau Medio y 93,0% a la Superior), y Servicios Socioculturales y en la Comunidad (52 ,5% en la FP Básica, 86,7% en la FP de Grau Medio y 86,6% a la Superior), según estadísticas del MEFP, correspondientes al curso 2021-2022.
Por el contrario, los hombres acaparan familias como la de Instalación y Mantenimiento (97,4% en el FP Básica, 97,7% en la FP de Grau Medio y 95,5% en la Superior), y Transporte y Mantenimiento de Vehículos (97,3% en la FP Básica, 96,5% en la FP de Grado Medio y 95,3% en la Superior), entre otras del ámbito tecnológico e industrial.

La carencia y la poca visibilidad de referentes femeninos en estos sectores puede suponer un obstáculo para las jóvenes que podrían estar interesadas en estas áreas, pero que no se ven representadas ni valoradas en estos ámbitos. Por ejemplo, fue Ada Lovelace quién creó el primer algoritmo destinado a ser procesado por un ordenador. Y Lise Meitner, quién calculó la energía liberada en la fusión nuclear. Otra seria Gertrude B. Ellion, que desarrolló el primer agente inmunosupresor utilizado en trasplante de órganos. Por último, Margarita Salas que descubrió el ADN polimerasa, que es el responsable de la replicación del ADN.
Esta discrepancia tiene un impacto directo en la brecha existente en los diferentes sectores y ocupaciones, que se mantiene en el tiempo.

Pero, ¿cuál es la razón por la cual la balanza se decanta tan claramente de un lado u otro a la hora de elegir carrera profesional? ¿Estamos eligiendo libremente? Los factores subyacentes a estas diferencias son, seguramente, variados, incluidas, predisposiciones adquiridas en el entorno familiar y social.

Un ejemplo claro, que nos afecta directamente, es el tercer sector. Históricamente, este sector ha sido predominantemente feminizado y, actualmente, todavía lo es. Esta situación se debe, en gran medida, al hecho de que tradicionalmente la mujer ha asumido el rol de cuidadora y todavía no hemos roto completamente este estereotipo.

Tal como indica el informe “Calidad en el empleo en el Tercer Sector: un panorama integral en el 2023” de La Plataforma del Tercer Sector, en 2023 el 79,3% de las personas trabajadoras en el sector social eran mujeres, esto implica que es uno de los sectores más feminizados en España.
Sin embargo, estas cifras no implican que las dificultades que las mujeres encuentran en otros sectores no las afecten en este. Según un estudio elaborado por la Fundación Lealtad, a pesar de que 4 de cada 5 trabajadoras es una mujer, solo un 45% de las ONG españolas son dirigidas por mujeres y un 48% están en los órganos del gobierno.

Todavía podemos ir más allá, puesto que la diferencia de la presencia femenina en los órganos de gobierno varía según el tipo de entidad y los presupuestos que gestiona, en aquellas donde el presupuesto es menor a 1M son un 53%, ante el 42% cuando la cifra es superior.
Así pues, a pesar de que se llega a la paridad de las cuotas establecidas en las posiciones directivas y de responsabilidad, no se elimina la presencia del techo de cristal. En cambio, si lo comparamos con el resto de sectores, el 39% de las empresas en España no cuentan con ninguna mujer en su consejo de administración. Y un 37% de las que tienen más de 200 trabajadores, no incluyen ninguna mujer en su equipo directivo.

Uno de los retos de la incorporación de las mujeres al mercado laboral es la precariedad de las condiciones laborales. A pesar de que, como ya hemos expuesto, la incorporación no es un problema en el tercer sector, la precariedad continúa siendo presente. Por ejemplo, hay una alta parcialidad en las jornadas laborales, con un 48,1% de los contratos a jornada parcial, ante el 12,6% que hay a los otros sectores de España. Por otro lado, un 10,2% de las mujeres contratadas son con contratos temporales, ante el 5,8% de los hombres.
Sin embargo, cada vez más, las entidades del tercer sector implementan de forma amplia, medidas de conciliación ante otros sectores, con horarios flexibles, jornadas intensivas y teletrabajo.
Por otro lado, un 64% de las entidades del tercer sector en España cuentan con un plan de igualdad, y un 30,4% disponen de un canal de denuncias por los casos de discriminación. Estas medidas ayudan a la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, puesto que establecen criterios claros de actuación por diferentes situaciones.

¿Y qué nos presenta el futuro?

Es evidente que hay determinados cambios estructurales que resultan imprescindibles para continuar progresando. Uno de ellos es la eliminación de los estereotipos de género, especialmente aquellos que condicionan a las personas en el ámbito educativo y en su elección profesional. La creencia que los hombres son más adecuados para ciertas tareas y las mujeres para otras tiene que ser erradicada. Para andar hacia la igualdad de oportunidades, la sociedad tiene que experimentar cambios profundos en la percepción del papel de la mujer, no solo en el contexto laboral, aumentando las medidas de conciliación, sino también a nivel global.
No solo esto, desde varios marcos normativos se ha promovido el proceso de transformación hacia la igualdad. Las organizaciones también tienen que contribuir e intentar paliar las desigualdades de género. Es esencial tener siempre presente la perspectiva de género, desde la selección hasta el desarrollo personal y profesional.

¿Qué pasa con el tercer sector? Cómo hemos observado, también hay desigualdades de género que hay que identificar, analizar y abordar. ¿Quién mejor que personas comprometidas con los otros para llevar a cabo esta tarea?